jueves, 23 de febrero de 2017

Mis escritos: "La piedra escondida". Este cuento, "La piedra escondida", está publicado en el libro "Hasta anegar las torres", una recopilación de relatos publicada por la Escuela de Escritores de Madrid (2010). Lo escribí en marzo. Se lo dediqué a una persona muy especial. Ahí va:


La piedra escondida


Ayer me levanté de nuevo rodeado de caos. Igual que dos semanas atrás, y que hace dos años. En realidad creo que esa sensación ha vivido dentro de mí desde que me regalaron el primer juego de construcción. Sus piezas grandes y de llamativos colores terminaban desparramadas por cualquier rincón del cuarto, y rara era la ocasión en la que no acababa echando en falta un arco apuntado o el tejadillo de algún torreón.

Aquel construible se ha transformado en una mesa de estudio invadida por un ejército de folios, un ordenador moteado por miles de partículas de polvo, libros tachonados con toda una amalgama de anotaciones en los márgenes y una papelera que vomita un montón de pelotas arrugadas procedentes de una vieja impresora.

Me asquea tanto desorden. La pila de objetos inservibles engorda cada día, sin que ninguna historia repose tranquila, con sus personajes liberados del conflicto que ya desde las primeras líneas de la primera página, se esfuerzan por gritar a viva voz.

Ayer, de madrugada, después de pasar de puntillas por este paisaje desolador, decidí despejarme y salir a caminar por la playa. El cielo reposaba oscuro en el horizonte y el mar moría en una línea aún invisible. La tierra se deshacía bajo mis pies, dejando su rastro en el borde de mis tobillos. Paseé durante horas, abrazando el viento de poniente, hasta que el cielo enrojeció a lo lejos y el sol clareó las ondas de espuma que quedaban varadas en la orilla.

Entonces la vi. Coronaba un montículo de piedras grises que parecían cimientos deshechos de algún derrumbe provocado. A diferencia de ellas, estaba vestida de blanco roto, y un conjunto de cintas ribeteadas en rosa la envolvían cayendo laxas alrededor de su cuerpo. Quedé maravillado. Me acerqué expectante y la sostuve entre mis manos. Era suave. La alcé y la luz rebotó en todos sus ángulos. Sus ojos brillaron. Miles de destellos que me seducían mientras giraba lentamente su torso. Acerqué mis labios y la besé. Ella me sonrió. Su piel respiraba el aroma del mar, y la sal prendía de sus cabellos. Pero me asusté, y la posé sobre el montículo de piedras. Fue una acción inmediata. Hecha sin pensar. Aprendida desde niño, desde que pusieron en mis manos aquel construible de múltiples colores. Entonces una ola la golpeó y su figura se nubló bajo la fuerza de miles de gotas saladas. Desapareció.

Esta noche no he dormido, preguntándome por qué lo he hecho. Por qué la he abandonado bajo la sombra velada del mar. He pensado que me hubiese gustado tenerla junto a mí, sobre la mesa del escritorio. Protegiendo el borrador de alguno de mis relatos. Cuidando de los caminos aún por recorrer de sus inquietos personajes.

Seguramente habrá quedado atrapada para siempre en el lecho marino, o a lo mejor habrá escapado, y estará calentándose en lo alto de una duna de arena blanca. Quizás sí. Me he levantado a toda prisa pensando en encontrarla y he caminado durante horas. Descalzo. Como un sonámbulo. Mirando entre las sombras y a través de los murmullos de la espuma al retirarse. Nada. Finalmente me he sentado, entre el desierto de dunas y el mar, con la mirada perdida, y unas lágrimas de sal colgando en mis ojos. El sol me ha quemado y ha caído sobre mí como una plancha de acero.

Hace tan solo unas horas que he decidido marcharme, arrastrando las piernas, con los hombros hundidos, camino del caos de mi cuarto. Entonces ha aparecido. De nuevo en lo alto de un montículo de piedras grises.

He corrido hacia ella. Pero me he parado. Apenas un segundo, un parpadeo, una duda insignificante. Sí. Lo suficiente para perderla de vista. Otro golpe de mar la ha hecho desaparecer. Las piedras han chocado unas con otras, cantando a coro. Una voz clara se ha elevado por encima del resto. Me he quedado inmóvil, esperando la ola en retirada. Todo se ha despejado, como un mar de nubes al abrirse, y me he lanzado hasta cogerla en mi mano. Su tacto me ha calentado, ha rellenado cada recoveco de mi piel.

Mi escritorio se asoma a través de un ventanal al sol del atardecer. Lo primero que iluminan los rayos es su figura elegante. Los personajes de mis cuentos encontrarán el descanso que merecen. Pienso en mi juego de construcción. Sus piezas están ensambladas y todas respiran en perfecta armonía, con las almenas y los tejados rojos apuntando al cielo. Hoy dormiré tranquilo, sabiendo que ella me vigila.

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